Trabajo y educación en la era de la IA
Carl Benedikt Frey: “La interacción social compleja y la creatividad son de las cosas más difíciles de automatizar, y deberíamos centrarnos en ellas”.
La tecnología siempre ha sido un arma de doble filo. Aunque su desarrollo y aplicación suelen ser beneficiosos, puede conllevar efectos negativos al alterar radicalmente las formas tradicionales de funcionamiento.
Por ejemplo, la llegada a las ciudades de la iluminación eléctrica supuso el fin de la profesión de farolero, que era la persona encargada de encender y apagar las farolas de gas.
El avance tecnológico siempre ha resultado disruptivo, pero ha sido la clave en la evolución de la prosperidad humana.
Antes de la Primera Revolución Industrial, la renta alrededor del mundo estaba por debajo de la actual línea de pobreza. A medida que el maquinismo fue extendiéndose por los distintos países, el nivel de renta comenzó a crecer con vigor hasta llevarnos al mundo que conocemos hoy. Sin embargo, fue un período de gran disrupción que alteró profundamente la vida de las personas al sustituir el modo de producción artesanal por las fábricas llenas de máquinas. Todo ello trajo consigo movimientos de reacción contra el modelo de producción industrial, que desembocaron en movimientos políticos revolucionarios.
No obstante, no todas las tecnologías son iguales ni tienen el mismo impacto en el mercado de trabajo. Por ejemplo, mientras que los ascensores automáticos acabaron con la figura del ascensorista, la llegada del telescopio y su perfeccionamiento no implicaron la destrucción de puestos de trabajo. La aparición de una nueva tecnología suele iniciar un período de desplazamiento de los trabajadores, con presión sobre los salarios e inestabilidad —como ocurrió en el siglo xix—, pero a este le suele seguir una segunda época de creación de nuevos empleos y florecimiento de la actividad económica y el comercio —como ocurrió en el siglo xx, cuando, por ejemplo, se expandió el uso y la industria del automóvil—.
La tendencia observada en las últimas décadas, caracterizada por un aumento de la desigualdad en la distribución de la riqueza, se asemeja a las que tuvieron lugar en la Primera Revolución Industrial.
Numerosos colectivos han visto que sus ingresos potenciales han declinado progresivamente.
Los trabajadores manufactureros con un nivel de estudios básicos han perdido en torno al 30 % de poder adquisitivo desde 1980, fecha que se ha tomado como referencia previa a la introducción de los robots industriales en las fábricas.
En los últimos tiempos, ha habido dos factores de cambio en las economías: la globalización, que ha permitido trasladar unidades de producción a países con costes salariales más bajos, y la automatización de los procesos productivos. Ambos están directamente relacionados con la revolución digital. La robótica ha transformado la esfera productiva de modo radical. Por ejemplo, en Estados Unidos el peso del sector industrial en la economía sigue siendo el mismo que antes, pero se ha reducido de forma notable la cantidad de trabajadores necesarios para sacar adelante esa producción. Es cierto que la transformación digital está creando nuevos empleos en sectores y actividades emergentes, pero en general es en zonas distintas a aquellas que han sufrido el declive industrial, por lo que no supone una solución para las grandes masas de trabajadores que pierden su empleo por la automatización.
La pregunta que surge ahora es si la IA generativa podrá revertir este proceso. Al bajar las barreras de entrada en términos de habilidades requeridas en la producción de contenidos, puede ofrecer de nuevo oportunidades laborales a trabajadores menos cualificados, que gracias a este tipo de herramientas ahora pueden escribir textos de una calidad aceptable o programar sin tener los conocimientos necesarios.
El problema es que aumentará la competencia en aquellas profesiones en las que resulte viable aplicar esta tecnología y, como consecuencia, bajarán los salarios en ellas. Ya hemos comprobado recientemente la preocupación que ha suscitado entre el gremio de guionistas de cine y entre los actores, que convocaron una huelga en el sector en Estados Unidos.
En el pasado hemos respondido a estos desafíos mediante la educación, y debemos invertir en educación para desarrollar las nuevas habilidades que se demandarán a partir de ahora. A pesar del inmenso potencial de las tecnologías generativas, la creatividad sigue siendo una habilidad en la que los humanos tenemos una ventaja competitiva.
Por otro lado, existe el temor de que la IA generativa nos haga perder habilidades básicas, como la escritura y la capacidad para redactar un texto con sentido.
Sin embargo, siendo optimistas, podemos pensar que no será así, porque escribir es algo más que el resultado —el texto producido— e implica un proceso de reflexión y ordenamiento de las ideas, que se convierte en lo realmente importante.
Debemos identificar las habilidades que tenemos que incorporar a nuestro sistema educativo y de bienestar para ayudar a las personas a adaptarse a la fuerza del cambio tecnológico o, de lo contrario, no podremos recoger las ganancias a largo plazo. No es solo un problema de las personas que pierden su empleo, sino de la sociedad en su conjunto.
CARL BENEDIKT FREY, profesor asociado Dieter Schwarz de IA y trabajo en el Oxford
Internet Institute, director del programa Future of Work y fellow del Oxford Martin Citi en la Universidad de Oxford
RAFIF SROUR, vicedecana ejecutiva de la IE School of Science and Technology
Comentarios